A pesar de que el thriller de acción (que no es lo mismo que película de acción sin más…) no pasa por su mejor momento, resulta curioso ver cómo surgen talentos que lo practican desde los rincones más insospechados…
Daniel Espinosa, sueco de origen chileno, desembarca en Hollywood después de tres películas previas en su país natal y en Dinamarca, y lo hace de la mejor manera posible. Con un peliculón. Porque, con todos sus defectos, que los tiene (principalmente el giro final), eso es lo que es El invitado.
No hay que buscarle los tres pies al gato, ni tampoco esperar un Shakespeare. Lo que la cámara de Espinosa arropa maravillosamente con imágenes es un guión, el de David Guggenheim, que pone el pie en el acelerador desde el primer minuto y no lo suelta hasta el final. Ante los ojos del espectador se sucede uno de los mejores thrillers vistos en mucho tiempo, y a la vez, una de las cintas de acción más trepidantes que quien escribe recuerda. Imagino que muchos querrían que hubiese habido más sangre, pero tampoco nadie debería sentirse decepcionado. La acción es dura, descarnada, tristemente realista. Hay persecuciones, golpes, carreras, accidentes de tráfico, apuñalamientos… y disparos, muchísimos disparos. Y toda esta acción se ve acertadamente encuadrada por la cámara de Espinosa, que muchas veces visualiza la escena de forma poco clara, titubeante, casi “dejada”. Dudo que sea casual. En mi opinión, obedece a un particular estilo de utilizar la cámara como si fuera un personaje más, que observa lo que ocurre con ojos humanos, desde una cabeza humana, facilitando muchísimo la integración del espectador. Éste, aunque prudentemente alejado desde su butaca, se ve inmerso desde el minuto 1 en la acción, de forma que no cuesta pensar que está en ese piso franco con Matt Weston en vez de en una sala de cine.
Todo esto sería poco, muy poco, si no se contara con un guión que no rehúye los aspectos más emocionales de los personajes (la relación de Matt y su novia, lejos de ser un pegote, resulta de una emotividad sorprendente e inesperada) personificados por actores extraordinarios. ¿Qué decir de Brendan Gleeson, Robert Patrick, Vera Farmiga o Sam Shepard a estas alturas? Denzel Washington, por su parte, disfruta de lo lindo, demostrando de nuevo que pocos hay como él para pasar de un héroe a un villano sin despeinarse. Hace de la actuación algo fácil, y derrocha un carisma irresistible. A su lado, Ryan Reynolds vuelve a dejar claro que, cuando quiere y tiene material para lucirse, puede ser un estupendo actor. No sólo sale airoso de su particular duelo con Washington, sino que lo da todo física y emocionalmente en un personaje complicado y muy exigente.
¿Y no tiene defectos? Pues sí… pocos, pero los hay. Uno es la poca visibilidad que hay a veces en las escenas de conducción en las calles de Ciudad del Cabo, donde Espinosa pierde un poco los mandos. Y la otra y más grave es que no se entiende muy bien por qué una historia de tanta ambigüedad (no por casualidad, versa sobre la CIA) ha de tomar partido al final y de paso volverse un pelín moralista… ¿no habría sido mejor dejar más espacio para que cada espectador decidiera qué creer y a quién?
Con todo y con éso, El invitado es, simple y llanamente, un entretenimiento total, de los mejores vistos en mucho tiempo, que además se ve revestido de la excelencia en muchos aspectos. Para disfrutar sin límites (o casi)
Lo mejor: El ritmo trepidante, el estilo visual tan estudiado y cuidadosamente “dejado” de Espinosa, y el duelo interpretativo entre Washington y Reynolds.
Lo peor: ¿Hacía falta el toque moralista y maniqueo del final?
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