jueves, 15 de enero de 2015

La teoría del todo (The theory of everything, 2014)


Stephen Hawkins merecía una película. Lo que extraña es que no haya llegado antes.
James Marsh apunta directo a la temporada de premios con un biopic de libro que guarda muchísimias similitudes con una ganadora de hace años, Una mente maravillosa. Es, como decíamos, un biopic al uso, lleno de tópicos, visualmente elegante, con estructura lineal, gran nivel de producción, etc. Y sobre todo es un espectáculo medido al milímetro para acercarse a los grandes premios de la temporada. Esta es una de esas historias que entusiasman a académicos y críticos, y la película va a por ese objetivo sin disimulo y con todas sus cartas sobre la mesa. El problema es que el guión, maduro, inteligente, convencional pero efectivo, resulta demasiado errático en su primer tercio (la presentación de Hawkins y la descripción de su romance con Jane es muy rápida y las escenas parecen avabadas a medias) y sobre todo demasiado frío. Hasta llegar al final no existe demasiada emotividad en las escenas, y la que hay viene directamente de los intérpretes. El resultado es bueno, pero no es maravilloso porque falta esa conexión emocional con los espectadores partiendo de las escenas y las frases, cosa que sí tenía la citada Una mente maravillosa, que en geenral es una película mucho menos lograda que La teoría del todo, mucho más entretenida y mejor hecha.
Pero la película es Eddie Redmayne. Si no lo comocían apunten su nombre y si pensaban que era solo uno más de los actores jóvenes que intentan asomar la cabeza por el star system hollywoodiense, piénsenlo otra vez. Lo que hace Redmayne es digno de todos los halagos y premios que existan en el mundo y merece una comparación, y esto es muchísimo decir, con el Daniel Day-Lewis de Mi pie izquierdo. Una vez la enfermedad comienza a hacer presa de Hawkins, Redmayne alcanza la gloria del más difícol todavía, sentado en una silla, teniendo que adoptar las posiciones corporales del científico, hablando poco y dificultosamente o directamente sin hablar en el tercio final, expresándolo todo con la mirada y la sonrisa. En una palabra, admirable. O en varias, extraordinario, memorable y premiable al 100%. Imposible olvidarse de Felicity Jones, ya maravillosa en The invisible woman, Albatross o Like crazy, que sigue su imparable ascención al Olimpo a base de esfuerzo, buen trabajo y una capacidad ilimitada para emocionar (ver cuando intenta trabajar con Redmayne en su recuperación mediante una pizarra con letras y colores, o cada una de las escenas en que habla con los médicos).
Son ellos quienes dotan a la película de una emotividad palpable y necesaria que debería haber estado presente en todo el metraje por obra y gracia del guión. No es así, pero igualmente nos alegramos de haber asistido a la narración de una historia de superación tan extraordinaria.

Lo mejor: Eddie Redmayne, monumental, alma y corazón de la cinta, sin olvidar a la increíble Felicity Jones.
Lo peor: Le falta un pasito para ser sobresaliente, y ese pasito es emotividad en el guión (toda la que hay la ponen Redmayne y Jones).

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