jueves, 15 de enero de 2015

La isla mínima (2014)



Se ha dicho que La Isla Mínima es como True Detective. Y es verdad.
El tono es ciertamente similar. Historia de detectives, sí. Trama criminal. Un asesinato espantoso sin resolver. Thriller policiaco pero con mucho aire de western, con ese pueblo lleno de lugares aislados, de gentes de pocas palabras, de rincones oscuros, en el que los personajes hablan a veces con muy pocas palabras o hay prolongados periodos de silencio, en los que los policías interrogan con brutalidad y los lugareños callan. Sin embargo, ahí no queda la cosa. La Isla Mínima es rabiosamente española, está impregnada de nuestra idiosincrasia y es un ejemplo de película que funciona a la perfección en todos sus aspectos. Tiene un guión simple y llanamente glorioso, seco, duro, terribl y a la vez lleno de elegancia y belleza, y un diseño de los personajes dos protagonistas que es un regalo para el espectador más exigente. La relación entre Juan y Pedro es fascinante, su investigación lo es todavía más, y el ambiente del pueblo, con esa dirección artística excelente y esa fotografia de tonos amarillentos, refleja a la perfección el ambiente malsano y peligroso de toda la trama criminal.
Con el sello ya inconfundible de Alberto Rodríguez, La Isla Mínima es como la hermana mayor de Grupo 7, con sus mismas virtudes, pero ampliadas y mejoradas, y con menos defectos. Ya no hay historia de amor superflua o personajes que no importan en la trama. Sí persiste una cierta irregularidad en las diversas escenas, siendo unas casi una pieza de museo y otras directamente prescindibles. Pero sin duda La Isla Mínima es puro cine, cine en estado auténtico y original,y Rodríguez está alcanzando categoría de maestro en esto del thriller. Todo el tercio final es de antología, quizás el mejor segmento de un thriller jamás hecho en España. De hecho, es posible que la película sea el mejor thriller hecho en España.
Para disfrutarla y paladearla como ejemplo del enorme talento que hay en nuestro país, detrás y delante de las cámaras. Talento como el de Raúl Arévalo, una vez más enorme en un personaje que domina a la perfección, o como el de un inmenso Javier Rodríguez. El ferrolano ofrece una interpretación monumental que no recuerda a nada que haya hecho antes, ni en Águila Roja ni en Un franco 14 pesetas ni en teatro. Y esa versatilidad a prueba de balas (nunca mejor dicho) solo la tienen los mejores. Y Gutiérrez lo es.

Lo mejor: La tensión, asfixiante sin necesidad de derrochar acción o tiroteos, y el excelso trabajo de Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo.
Lo peor: En realidad nada que importe, salvo que es un poco irregular en su primer acto.

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