sábado, 10 de enero de 2015

Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) [Birdman or (The Unexpected Virtue of the Ignorance), 2014]


Birdman es un milagro. Una pequeña gran maravilla.
Alejandro González Iñárritu deja de lado su clásico cine de problemáticas humanas y grandes tragedias (donde ha conseguido excelsos resultados. Amores perros, 21 gramos, Babel, Biutiful... ¡vaya lista de cine puro!) para entrar de lleno en una comedia dramática que resulta ser una de las piezas cinematográficas más curiosas y decididamente brillantes de 2014. Quizás consciente de que su estilo de siempre de Dios omnipotente castigando sin compasión a los personajes resultaba demasiado denso y complicado para ciertos espectadores, Iñárritu propone con Birdman una historia igualmente compleja y llena de matices, pero contada con más sencillez (ojo, que no simplicidad) y sobre todo con un tono más ligero. Es muy agradable de ver, divierte en muchos momentos y rezuma una agradecida mala baba contra el cine de superhéroes, Hollywood y el fenómeno fan (ver cuando el protagonista debe firmar un autógrafo a un admirador en mitad de Times Square en condiciones... digamos singulares). Es Birdman, por tanto, una fábula sobre la cara más amarga y absurda sobre Hollywood y la fama, sobre lo que hay debajo de las luces y el glamour, pero contado de forma nada traumática y con mucha, muchísima ironía, conceptos hasta ahora nunca asociados al cine del realizador mexicano. Ayuda contar con un guión como el que tiene Birdman, repleto de diálogos maravillosos, en el que todo funciona a la perfección, consiguiendo lo que pretende siempre en el momento justo (las risas, los nudos en la garganta de los espectadores, la pena, la alegría), haciendo de la cinta una de las dos o tres mejores de 2014 sin duda por conseguir precisamente eso: ser casi casi perfecta en todo lo que se propone.
Por supuesto, no se puede pasar por alto la labor tras la cámara de Iñárritu, y muy en especial ese (falso) plano secuencia con el que dirige toda la película (¿influencia quizás de su amigo Alfonso Cuarón, que hizo lo mismo en Gravity e Hijos de los hombres?), pero no sería justo quedarse únicamente con eso porque el azteca demuestra también que sigue siendo un maravilloso director de actores capaz de sacar lo mejor a los intérpretes. No hay más que ver lo que ha conseguido con Michael Keaton, felizmente recuperado y absolutamente soberbio en la piel de ese Riggan Thompson deseoso de conquistar de nuevo la cima del éxito profesional. Entre alucinación y alucinación con el superhéroe pájaro, Keaton ofrece un arco dramático memorable que merece todos los halagos y premios del mundo. O con Zach Galifianakis, en la primera interpretación que se le recuerda en la que no resulta irritante (de hecho está fantástico). O con Naomi Watts, que siempre está estupenda, pero que en este año ha demostrado aquí y en St. Vincent que tiene mucha más madera de comediante de la que se podía pensar y que está la mar de cómoda también como secundaria de lujo. O Emma Stone, maravillosa, carismática, malhablada, todoterreno (va camino de convertirse en una suerte de Amy Adams o Maggie Gyllenhaal, es decir, una actriz que vale para todo). O Edward Norton, tipo conflictivo donde los haya detrás de las cámaras y genio indiscutible delante de ellas cuando acierta con el proyecto, como aquí.
En definitiva, una de las mejores películas del año sin duda y un ejercicio de originalidad y brillantez por parte de Iñárritu. Qué bien le ha sentado dejar la tragedia por un rato.

Lo mejor: Casi todo, y muy especialmente el reparto (con un superlativo Michael Keaton a la cabeza), el plano secuencia magistral de Iñárritu y su sentido del humor.
Lo peor: Es algo pretenciosa en sus intenciones.

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