sábado, 13 de diciembre de 2014

Orígenes (I Origins, 2014)


Orígenes es una película con algo especial.
Está llena de belleza, de alma, de sensibilidad. Ofrece una propuesta bastante rompedora en cuanto a lo narrativo, tiene una bella historia de amor y explora la huella que dejan algunas personas en otras sin necesidad de compartir con ellas mucho tiempo (atención a la omnipresencia de Sofie, el personaje de una estupenda Astrid Bergès-Frisbey, durante todo el metraje y la pericia con que está descrita su influencia sobre el protagonista). Presenta además una mezcla de ciencia y religión en permanente conflicto que plantea ciertos debates con inteligencia, sabiduría y ninguna propaganda.
Pero nada, ni siquiera la maravillosa presencia del siempre interesante Michael Pitt, puede enmascarar que Orígenes tiene mejores ideas que resultados y que adolece de una falta de emotividad más que palpable. Parece como si Mike Cahill no se atreviera a ir al límite con la sensibilidad de la película y siempre se queda en el borde, en el límite, permaneciendo siempre en el último escalón de la frialdad, pero frialdad al fin y al cabo. El ritmo tampoco ayuda, pues alterna escenas poderosísimas y maravillosamente escritas (ver todas las de Pitt y Bergès-Frisbey) con otras anodinas y sin mucho peso y con multitud de explicaciones sesudas que, sinceramente, importan poco al espectador medio.
En definitiva, un buen experimento que se pierde entre tanta retórica por no poner toda la carne en el asador que más podía haber ardido, que es el de la relación de Gray con las dos mujeres que marcan su vida y la reflexión sobre lo divino, lo humano y lo que está por descubrir.

Lo mejor: La belleza y originalidad de la propuesta y la interpretación de Michael Pitt
Lo peor: Es irregular en su ritmo y no termina de ir al límite con la emotividad

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