jueves, 6 de marzo de 2014
Pompeya (Pompeii, 2014)
Resulta cuanto menos curioso que Kit Harington haya pasado de una serie con fascinantes y complejos personajes y multitud de sorpresas argumentales como Juego de Tronos a una de las películas más planas, descaradamente tópicas y faltas de alma que se recuerdan. Porque eso es Pompeya.
Ojo, al César hay que darle lo que es del César (nunca mejor dicho). Tampoco es tan mala como se está diciendo. De hecho, no es mala en absoluto si no se le piden peras al olmo. Primero porque es una película de Paul W.S. Anderson, lo cual ya debería dar una idea al respetable de que no va a ser una obra maestra de la inteligencia fílmica, y segundo porque sus únicos propósitos es entretener y epatar con los efectos visuales, y eso lo consigue de sobra. Se pasa volando gracias a su ajustado metraje y la media hora final de destrucción es una secuencia ciertamente atractiva en lo visual.
Lo que sí es Pompeya es una película, como se decía antes, sin alma, sin ninguna capacidad de emocionar y que plagia sin pudor miles de cosas de otras muchas películas previas y especialmente de Gladiator. Todo es un dejà vu inmenso, todo lo hemos visto ya anteriormente y desde luego que lo hemos visto mejor. La película avanza sin que haya ningún espacio ya no para la sorpresa (todo es de un tópico que asusta) sino para la emoción. Mueren personajes a porrillo y da prácticamente igual, porque sus historias y sus sentimientos son de cartón piedra, hechos con la fotocopiadora de las fórmulas populares mil veces vista (chico pobre y esclavo se enamora de chica rica, malvado quiere casarse con la chica y encima es protagonista de un hecho dramático en la vida del chico pobre, amigo del chico pobre que al principio es enemigo y poco a poco se convierte en aliado... ¿sigo?) y esta vez la flauta no ha sonado. entre los actores, Kiefer Sutherland no parece saber muy bien dónde está, así como tampoco Emily Browning (¿por qué tiene esa cara de alucinada todo el rato?), mientras Harington hace lo que puede con un personaje principal, Milo, absolutamente pírrico (atención al cara a cara final con Sutherland y como el inglés intenta insuflar algo de vida a esas frases ampulosas). Las únicas alegrías son Jared Harris y la siempre interesante Carrie-Anne Moss (qué lejos queda Matrix, aun así), que tienen a su cargo los únicos personajes que inspiran algo de conmiseración en el espectador.
En definitiva, una película de aprobado raspado porque cumple con lo que se había propuesto, pero que hubiera podido estar mucho mejor a poco que se hubiese cuidado más el aspecto emocional.
Lo mejor: La última media hora.
Lo peor: Mucho ruido y pocas nueces. Tal cual.
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