viernes, 25 de enero de 2013

Django desencadenado (Django unchained, 2012)

Estamos hartos de oírlo y de leerlo, pero es la verdad. 
Quentin Tarantino es el Sergio Leone moderno. Su amor por el cine del italiano es palpable en cada momento de sus películas, sean los personajes soldados, matones, novias vengativas con katana o lo que sea. En Django desencadenado, el parentesco entre maestro y alumno es aún más acentuado, porque Tarantino se ha decidido a rodar, al fin, un western puro y duro, con su ambientación decimonónica y sureña, sus esclavistas, sus vaqueros y sus tiroteos. Y ahí reside el encanto de la propuesta, si se le puede llamar así. 
La primera hora de película, la que detalla la relación entre Django y Schultz, es una auténtica delicia, puro ejemplo de las virtudes del cine de su realizador: diálogos electrizantes, sentido del humor (en ocasiones muy negro), violencia fascinante (por raro que pueda ser) y extraña emotividad en las situaciones más crueles posibles (ver la escena en que Schultz cuenta a Django la leyenda alemana de Broomhilda). El homenaje a Leone es una delicia, con esos créditos iniciales, esa música, ese aire puro de spaguetti western y esa camaradería fantástica entre los dos protagonistas, que funciona gracias a la química entre Jamie Foxx y Christoph Waltz. Foxx pocas veces ha estado más acertado, y Waltz sigue siendo un derroche de carisma y sentido del humor (ver la extraordinaria secuencia inicial que le sirve de presentación). No obstante, sus mejores momentos son aquellos en los que simplemente habla con Foxx, sin los manierismos que ya le hemos visto en Agua para elefantes o Malditos Bastardos. Además, el episodio con un genial Don Johnson roza la perfección, y la secuencia del Ku Klux Klan y su debate sobre sus capuchas resulta hilarante (y recuerda a Monty Phyton).
Pero Tarantino, como ya le pasó en Malditos Bastardos, pierde el ritmo con demasiada frecuencia, sobre todo a partir de la aparición de Calvin Candie, y éso sucede porque se le mete entre ceja y ceja que la película tiene que durar casi tres horas, cuando dos horas y cuarto habrían sido más que suficientes. El segundo acto es eterno, simplemente, y ni siquiera la extraordinaria presencia de un Leonardo DiCaprio totalmente alejado de sus habituales personajes lo salva de la quema. Tampoco puede hacer gran cosa un divertidísimo Samuel L. Jackson. El conjunto roza lo aburrido en demasiadas ocasiones, y éso no se le puede permitir a un autor como Tarantino.
El final consigue remontar gracias a la acción que el Tennessee maneja a la perfección (como siempre, la violencia es abundante), pero ya es tarde para afirmar que Django Desencadendo es una película sobresaliente. Podría haberlo sido, y se perdió la oportunidad por el camino, pero aun así, como todo lo que hace el enfant terrible, es brillante, fascinante, con momentos de puro cine y tanto que disfrutar como cosas que criticar. Y éso no pueden decirlo todos.

Lo mejor: Todos los actores, la realización de Tarantino, y el guión en su primera hora.
Lo peor: Su duración es indefendible, y el ritmo se pierde demasiadas veces.

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