Hay veces que es inevitable ir a ver una película con prejuicios. A veces es por la carrera de sus responsables, otras por el propio género en el que se enmarca.... y algunas otras ocasiones el recelo reside en la adaptación que se haga de la novela o historia previa a la que aluda.
Sin duda, los puristas del género de aventuras y los amantes del clásico de Alexandre Dumas, Los Tres Mosqueteros, sin duda se llevaron las manos a la cabeza cuando supieron que Paul W.S. Anderson iba a hacerse cargo de la nueva adaptación al cine del mito.... y no sin cierta razón.
Anderson es un director visualmente excesivo, de montaje mareante y frenético, y bien conocido por unas películas que nunca son ejemplo de profundidad, buen guión o interés por lo arriesgado. Y sin duda, esos puristas y fans de los que antes hablaba se tirarán de los pelos al ver tanto barco volador, tanto efecto Matrix, tanto gadget a los James Bond, y a esos queridos personajes que más parecen héroes de videojuego que los caballeros románticos de la novela (lo de Milady, convertida en una guerrera a los Lara Croft, pero con corsé en vez de pantalones cortos, es directamente de risa.... principalmente en la alucinante secuencia del robo de los diamantes de la reina, que provoca carcajadas en la platea... y no precisamente porque la escena haga gracia). Son cosas que, en una película con ambientación clásica como ésta, sobran. La modernidad a la hora de actualizar clásicos siempre puede ser una opción interesante y bienvenida, pero no debería significar incluir elementos que en absoluto casan con los duelos a espada y los ropajes siglo XVII....
Porque, con todo y con éso, a pesar del destrozo del mito que lleva a cabo Anderson, lo justo y lo sorprendente es reconocer que la película, como cinta de aventuras que es, resulta mucho mejor de lo inicialmente esperado. Y al igual que no s ele pueden pedir peras al olmo, tampoco a Anderson puede pedírsele inteligencia en el guión y clasicismo en la puesta en escena. Lo que se nos ofrece es ni más ni menos que una pura y dura película de aventuras, con sus romances, sus traiciones, sus intrigas.... y con el único propósito de entretener y epatar visualmente al espectador con sus soberbios efectos visuales. ¿Es éso malo? Si se va prevenido y se acepta el juego de Anderson, en absoluto. El entretenimiento es absoluto, el trabajo técnico, exquisito (atención al vestuario, simplemente maravilloso), y las escenas de duelos a espada están filmadas con una pericia notable y con el control que no hay en la eterna batalla en el aire entre mosqueteros y fuerzas del Cardenal.
El reparto, además, da lo mejor de sí mismo. Matthew MacFadyen es probablemente el mejor, y rezuma atractivo y carisma a partes iguales. Ray Stevenson derrocha simpatía, Luke Evans sigue la tradición elegante de otros Aramis previos, y Logan Lerman imprime a su D'Artagnan la picaresca y la arrogancia propias del personaje. Christoph Waltz disfruta enormemente en un personaje que hace con los ojos cerrados, y es una delicia ver lo que mejora Orlando Bloom (ya resignado a papeles secundarios) cuando no tiene que tomarse en serio el personaje. Milla Jovovich sale airosa porque hay pocas como ella a la hora de interpretar acción, y Mads Mikkelsen, un gran actor, apenas tiene lucimiento más allá del puramente físico con la espada (su duelo final con D'Artagnan, en pleno Notre Dame, es espectacular).
En definitiva, una aventura muy disfrutable, con más aciertos de los que cabía esperar, pero que no logra alcanzar los resultados de las adaptaciones previas de Dumas.
Y probablemente jamás lo pretendió. Pero así es el cine de Paul W.S. Anderson. Desprejuiciado y sin pretensiones.
Lo mejor: Los actores, el vestuario y los momentos 100% aventura clásica: caballo, espada y saltos.
Lo peor: Las "moderneces" con las que se adornan la historia, totalmente fuera de lugar, y el exceso que puebla la película de principio a fin.
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