miércoles, 1 de abril de 2015

Cenicienta (Cinderella, 2015)

No cabe la menor duda de que Disney vive uno de sus momentos más dulces en años.
Después de pasar por una severa crisis a principios de siglo con todas sus producciones animadas pinchando y confiando casi exclusivamente en Jack Sparrow y sus piratas del Caribe para salvar la papeleta de la casa de Mickey Mouse, las tornas parecen haber cambiado drásticamente para la más querida de las productoras. Los éxitos de Tiana y el sapo y Enredados en 2009 y 2010 (moderado en el caso de la primera, más rotundo en el de la segunda), allanaron el camino para el mastodóntico, incontestable e indudablemente extraordinario fenómeno de Frozen en 2014, quizás la primera película animada de la casa capaz de competir en fama y cariño popular con los grandes clásicos de los 90 o incluso de décadas pasadas de la casa del tío Walt. Con Maléfica la cosa también salió maravillosamente, al menos en lo económico. Ahora, nadando en dinero gracias a Marvel Films y sus superhéroes y a la espera de ver si Pixar se apunta a la fiesta con la recuperación de su mejor versión comercial y artística (cosa que (en lo artístico ya es más discutible) perfectamente podría suceder vista la espléndida pinta de Inside Out y las ganas que hay de The Good Dinosaur), todo son buenas noticias en Disney y se ve que quieren celebrarlo acercando de nuevo al público lo que más le gusta: los cuentos clásicos de siempre.
Cenicienta, para que se entienda rápidamente, es prácticamente un remake de la versión animada de 1950, la que enamoró y sigue entusiasmando a todas las generaciones que la ve. Eso es lo que es y no hay que esperar otra cosa. No hay que pedirle peras al olmo ni tiene sentido quejarse por su falta de originalidad, porque no pretende en ningún momento nada más que rendir homenaje a todos los tópicos del género y homenajear las historias de magia y princesas de toda la vida. Olvídense de la parodia mezclada con homenaje de Mirror Mirror (T. Singh, 2012), de las ínfulas guerreras de Blancanieves y la leyenda del Cazador (R. Sanders, 2012), de la desvergonzada y deliberada cutrez de Hansel y Gretel (T. Wirkola, 2013) o de la adolescente revisión de Caperucita Roja (C. Hardwicke, 2011). Esta Cenicienta es puro clásico, puro cuento y pura magia, y lo cierto es que el resultado, para quien le guste ese estilo, es una gozada.
Contando con un trabajo técnico verdaderamente espectacular (la recreación del reino es espectacular, y el vestuario y la dirección artística son magistrales), Kenneth Branagh se marca una de las películas más encantadoras vistas en mucho tiempo, emotiva, sentimental, llena de buenos valores y mejores intenciones, pero sin renunciar al sentido del humor (las carcajadas del público son constantes) ni por supuesto al romanticismo. Se permite además Branagh planos de gran belleza formal (ver los picados de Ella con la rama y de Kit abrazando al rey o las transformaciones de la calabaza y Ella para el baile) y filma una película que es un festival de luz y color, alegra el corazón del público con su buen rollo y además entretiene con un metraje que ni se pasa ni se queda corto. Secuencias como la del famoso baile, la magia del Hada Madrina, el primer encuentro en el bosque entre la pareja protagonista o el enfrentamiento entre Ella y Lady Tremaine, sin olvidar el final, son dignas de recordarse y resultan verdaderamente emocionantes de contemplar en la pantalla.
Entre los actores, hay que alabar la infinita dulzura e ingenuidad de Lily James, perfecta para el personaje principal y muy bien acompañada por un Richard Madden que compone un príncipe galante pero con un punto juguetón. Helena Bonham Carter no tiene que esforzarse nada para estar memorable como el Hada Madrina porque es un registro que la actriz inglesa domina hasta con los ojos cerrados. Cate Blanchett se lo pasa bomba y resulta deliciosamente maliciosa, aunque sus mejores escenas son aquellas más "dramáticas", por así decirlo (ver cuando cuenta su cuento a Ella o todo el final) y en las cómicas a veces resulta un poco histriónica, algo nada habitual en ella. Así, son unas soberbias Sophie McShera y Holliday Grainger quienes mejor llevan el peso cómico como las dos ridículas hermanastras, sin duda los personajes que más risas provocan.
No se lleva la máxima nota porque tiene un gran fallo, que es la voz en off. Aunque queda justificada en los últimos segundos y a pesar de su conveniencia en los primeros compases de la cinta, después se convierte en un lastre innecesario que entorpece la cámara de Branagh y no aporta realmente nada más que irritación en el espectador. Se le puede perdonar porque el resto tiene un nivel superlativo, pero es una pena que nadie se diera cuenta de lo molesto que resulta ver la película con esa voz subrayándolo todo.
En definitiva, una película sobresaliente para aquellos que amen los cuentos clásicos pasados por el tamiz de Disney y que debería serlo también para cualquier aficionado a las cosas bien hechas en el cine.

Lo mejor: Prácticamente todo y muy especialmente su enorme encanto y lo entretenida que es
Lo peor: La voz en off es enormemente cansina y subraya innecesariamente las imágenes

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