Es difícil escribir sobre Amor.
La película de Michael Haneke es tan dura, tan trágica, tan desoladora y rotunda en su descripción de la enfermedad y la injusticia de la vida que cuesta incluso hacer una crítica de ella, porque éso supone rememorar sus dolorosas escenas.
Amor es una de esas cintas a las que es muy difícil encontrar defectos. Aquellos acostumbrados al cine comercial de Hollywood o las escenas de acción con explosiones y ruido seguramente la encontrarían aburrida, pero no lo es. Ciertamente, podría haber sido un poco más corta y no habría pasado nada, porque Haneke alarga la agonía hasta extremos casi insoportables que podría haber evitado. Pero hay tanta sensibilidad en la narración, tanta ternura, tanta belleza, tanta verdad en la reflexión que hace sobre el amor en mayúsculas que nos lleva a hacer cualquier cosa para evitar el sufrimiento a aquellos a quienes queremos, y Haneke encuadra el plano con tanta inteligencia (hay auténtica maestría en la manera en que planta la cámara en el suelo y fija el plano durante minutos enteros, aumentando así el poder emocional de la escena, como en la de la historia que cuenta Georges a Anne), que es imposible quedar indiferente y rendirse a su calidad a poco que se sepa un poco de cine.
Se ha hablado mucho de Emmanuelle Riva, y en verdad lo que hace la francesa es digno de todos los elogios, por la manera de representar la enfermedad y por el carisma y el encanto que desprende cuando tiene diálogo. No creo que haya muchas actrices que puedan hacer lo que ella hace en esta película. Pero sería injusto olvidar, como se está haciendo, a Jean-Louis Trintignant. El padre de la añorada Marie es el gran tapado de la película, siempre al servicio de Riva en su lucimiento, pero acaba siendo él quien, desde el rol más complicado de la película, se convierte en inmortal por la sensibilidad que derrocha en la pantalla. Tiene 82 años, y una presencia que ya quisieran para sí actores más jóvenes y famosos.
Haneke nos ha hecho un regalo, en la que es probablemente su película más digerible para todos los paladares (aunque digerible no sea el mejor adjetivo para describir esta historia). Disfrutémosla. O sufrámosla. Ambas cosas van de la mano, como cuando se ama a alguien como Georges ama a Anne.
Lo mejor: Casi todo.
Lo peor: Es tan dura y duele tanto lo que se ve que no hubiera importado que hubiese sido más corta, para agilizar además el ritmo.
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